domingo, febrero 11

Sólo amigos

Hoy fui a ver a Albert. Me desperté de madrugada y cuando pasó el lechero le pedí que me llevara a Lakewood tras su última ronda. Estaba montada en su carreta cuando reconocí el coche de Albert que se aproximaba. Le hize señas para que se detuviera, de suerte que se distrajo y se salió de el camino.

Junto conmigo viajaban los hijos del lechero, quienes reían a pierna suelta. Albert estaba de mal humor, y nuestras risas no estaban como para ponerlo de buenas. Me apeé de la carreta e hice lo que pude por ayudar a Albert a empujar el coche hacia el camino otra vez.

Era evidente que iba a verme, lo cual me llenaba de emoción. Pero se refirió a mi carta de una manera tan triste que me ví en la necesidad de pedirle perdón de inmediato y prometerle que aún lo considero mi amigo. Él tomó mis manos y me pidió disculpas una vez más por besarme. ¿Qué no se da cuenta que no hay nada que disculpar? Lo que me molestó fue su actitud después del beso, actuando como si nada hubiera pasado, pero no se lo dije. Perdí la oportunidad de explicar mis propios sentimientos. Le hablé de la emoción que sentí ese día al comprender que él era el Príncipe de la Colina y estúpidamente le dije que en esos momentos no me había esperado un beso. Lo cual es absolutamente cierto, pero no debí decirlo, porque se oyó como si yo nunca hubiera deseado que me besara.

Albert me pidió que volviera a ser su amiga. Contesté que sí de inmediato. Hubiera querido decirle que yo deseaba mucho más que su amistad, que yo también estaba enamorada de él, pero me quedé sin palabras. Balbuceé apenas otra disculpa por mi carta y le reiteré mi amistad, en lugar de decirle lo que yo sentía por él. Tenía unas ganas enormes de hacerlo, pero no me salían las palabras necesarias. Finalmente, al ver que todo empeoraba, me arrojé a sus brazos. Él me devolvió el abrazo, como siempre, pero al separarnos, me miraba con tristeza.

¿Qué esperabas, Candy?¿Otro beso? ¡Debiste pedírselo! Debiste decirle que tú también lo quieres... pero no me atreví. No entiendo por qué.

Me llevó al hogar de Pony, y durante el trayecto me habló de la guerra en Europa y de los negocios de los Andrew en Arabia y de Sudáfrica. Yo no dejaba de pensar que era una idiota por no decirle que se callara y que me besara otra vez. Al llegar salté del coche de inmediato, temiendo que si lo abrazaba de nuevo iba a ser yo quien lo besara.

Debería alegrarme porque Albert aún desea ser mi amigo. En vez de ello, estuve triste todo el día y muy enojada conmigo misma por no haberle dicho a Albert lo que siento.

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