martes, marzo 20

Visita inesperada

Hoy seguí sintiéndome melancólica y la Señorita Pony insistió en que me fuera de paseo por la colina para que los chicos no vieran lo triste que estoy. Trepé al padre árbol y me puse a contemplar el paisaje. Estuve ahí mucho tiempo hasta que noté que alguien más había llegado a la colina y estaba trepando también. Al asomarme, no pude dar crédito a mis ojos: ¡Era Mae! ¿Qué carambas estaba haciendo aquí? ¡Y trepando un árbol, por Dios, como si fuera un mono!

"Hola Candy", dijo al llegar a mi altura. "Espero que no te moleste que haya venido a verte. ¡Uf!, no me había trepado a un árbol desde que volví a América, estoy perdiendo la práctica".

El vestido de Mae, antes tan lindo, ahora estaba polvoso y tenía una rasgadura. Al seguir mi mirada, Mae exclamó: "¡Diantres, si mi tía me ve así pensará que me asaltaron!"

Yo, que seguía sorprendida, no pensé más que decirle: "No es nada, la hermana María hace unos zurcidos casi invisibles... ella ya está acostumbrada a remendar mi ropa... y la de los niños, por supuesto".

"¡Menos mal, porque a mí no se me da nada que tenga que ver con manualidades!", dijo Mae soltando una carcajada. ¡Qué risa tan contagiosa tiene! Terminé por reírme yo también.

"A mí tampoco. Mi amiga Annie, que creció aquí conmigo, aprendió a coser y tejer muy bien. Yo en cambio solo sirvo para coser suturas".

"En eso me aventajas. Mis suturas son muy dolorosas y a mis pobres pacientes no les gustan nada... si el Dr. Leonard se entera seguro que me despide".

¡El Dr. Leonard! No recordaba que Mae trabajaba ahora en el Santa Juana.

"¿Cómo te trata el Dr. Leonard? Conmigo fue siempre muy antipático", comenté.

"Psss, en eso no ha cambiado nada. Sigue siendo muy profesional, pero le da importancia a cosas que no la merecen... ¿Sabes? Se puso a temblar cuando le conté que el paciente amnésico que vivía contigo resultó ser el heredero de los Andrew. Me parece que si tú lo desearas, te contrataría de inmediato otra vez. Pero no te interesa trabajar ahí, verdad?"

Negué con la cabeza.

"Este es un sitio muy lindo. Y además, es más agradable trabajar con niños... pero bueno. Hoy le pedí el día libre al Dr. Leonard para venir a decirte algo importante, Candy".

"¿Te pidió Albert que vinieras?", quise saber.

"¡Al contrario! ¡Me pidió que NO viniera! Pero como ves soy una testaruda y vine de todas formas... ¡no fue fácil! Conseguí que me llevaran a una granja vecina, pero por estos caminos casi no circula nadie, afortunadamente quienes lo hacen son muy amables y siempre están dispuestos a desviarse un poco, si no, estaría caminando todavía... pero bueno. Como verás hablo mucho y digo poco. Lo que yo venía a contarte es que William está muy enamorado de ti y, aunque no te lo diga, se muere de celos de pensar que amas a otro."

Mi primera reacción fue molestarme al saber que Albert seguía viendo a Mae en Chicago, pero el hecho de que le dijera a ella que estaba enamorado de mí cambiaba las cosas, ¿no? No sabía qué decir, pero no tuve que decir nada, porque Mae siguió hablando.

"Lo importante en estos casos es hablar de frente, Candy. William no sirve para eso, como ya te habrás dado cuenta. Como no quiere importunar a nadie, a veces calla lo que siente. Y si vengo a decirte todo esto es porque creo que lo mismo te está ocurriendo a ti. William, por bien que te conozca, no puede leerte la mente. Ya ves, se imaginó que te habías enamorado de James. Ya le hice ver que no es posible que te guste un tipo como James, pero no creas que eso lo dejó tranquilo."

¿Qué se puede responder a esto? Yo estaba totalmente sin palabras. Así que dije una estupidez: "¿Como puedes saber si James me gusta o no?" No sonó como yo quería. Pareció casi un reproche.

"Pues yo no lo puedo saber con certeza, pero me parece que a William ya le quedó bastante claro después del disgusto que tuvieron este Domingo".

Sentí sonrojarme y quise cambiar de tema. "Mae, sigo sin entender qué esperas de mí."

"¿Yo? nada. Pero William, o Albert, como prefiere que lo llames, está muy triste. Él es mi amigo y me gustaría ayudarlo. Si por lo menos te sinceraras con él, estaría más tranquilo".

"¿Y por qué no viene él a hablar conmigo?¿Por qué viniste tú?"

"Lo sabes bien: El cree que estás molesta con él por lo de este Domingo y no quiere meterse en tus asuntos".

Mientras pensaba en sus palabras mi estómago rugió y caí en la cuenta de que no había comido nada desde el desayuno. Se habría pasado ya la hora de la comida y seguramente no me habían llamado por no importunarme.

"Mae, acompáñame a comer algo, seguramente tú también estarás hambrienta". Mae no tuvo ningún problema al bajar del árbol.

Los chicos y las maestras estaban en clase. La Señorita Pony, siempre tan amable, nos había dejado comida a ambas con un mensaje que decía que podíamos tomar lo que quisiéramos.

"La Señorita Pony sabe que estás aquí", comenté.

"¡Claro! Ella fue quien me dijo dónde encontrarte. Se ve que te quiere mucho Candy, tienes suerte de haber crecido a su lado".

Durante el almuerzo me contó sobre el tiempo que estuvo en Rhodesia y sobre lo difícil que era trabajar en esas condiciones. La clínica en que ella trabajaba se cerró cuando Sudáfrica envió tropas al frente y los doctores, la mayoría de los cuales eran sudafricanos, fueron reclutados.

"Mi novio tuvo suerte, porque en esos momentos estaba enfermo de paludismo. En cuanto se recupere vendrá a América y nos casaremos, no desea volver a Sudáfrica nunca, pues no está de acuerdo con la guerra".

¡Qué mundo retorcido, en que se considera una fortuna el enfermarse de paludismo! Pero de pronto, quise saber más: "Mae, no sabía que tenías novio".

Me contó muchísimas cosas sobre él, desde cómo se conocieron en la clínica hasta cómo se despidieron en Sudáfrica cuando ella vino a América. Mae dice estar muy enamorada de él, pero eso sí, dijo que le costó mucho trabajo reconocer sus sentimientos en un principio. "Que no te pase a ti Candy. Uno teme arrepentirse de decir algo, pero la verdad es que si no dices nada, terminas por arrepentirte de todas maneras".

Sus palabras me hicieron meditar mientras seguíamos hablando de su novio. El pobre va a llegar aquí sin nada, enfermo y habiendo dejado todo atrás. Por eso Mae está tratando de ahorrar todo el dinero que pueda.

Terminadas las clases los chicos salieron a jugar y las maestras y yo nos pusimos a preparar la cena. Mae se ofreció a poner la mesa pero se disculpó por no saber cocinar. La hermana María, tras un rápido remiendo a la falda de Mae, comentó que de hecho era mejor mantenerme fuera de la cocina a mí también y nos dejaron hablando hasta que estuvo lista la cena. Al terminar de cenar, la Señorita Pony preguntó si mi amiga iría a pasar la noche con nosotros.

"¡No puede ser, si tengo que trabajar mañana en el hospital! " dijo Mae. "Pensé que había un tren hasta Chicago". Estábamos en un aprieto, porque ya era muy tarde y la estación de tren estaba lejos. Tuve una idea.

"Mae, vamos al rancho del Señor Cartright. Con suerte, él nos llevará a Lakewood y desde ahí tomarás el tren a Chicago". Partimos de inmediato, y, efectivamente, el Señor Cartright nos preparó un carro con caballos. Aún así, llegamos a Lakewood cuando el tren había partido. La única solución era, en esos momentos, ir a la casa de los Andrew y pedirle a Albert que llevara a Mae a Chicago, idea que no era de su agrado pues temía que Albert se enojara con ella por venir a verme. Pero no nos quedó otro remedio: era ya muy tarde para ir en carro hasta Chicago y regresar.

La mucama se sorprendió al reconocerme, y de inmediato fue a llamar a Albert. Él, por supuesto, estaba aún más sorprendido de vernos a las dos en Lakewood y tan tarde. Mae le dijo muy tranquila que había ido a visitarme pero que se le había hecho tarde, y le pidió que la llevara a casa de su tía. Albert, boquiabierto, asintió con la cabeza y fue por el coche.

"Uf, me temo que me va a reclamar en el camino, pero qué le vamos a hacer. Gracias, Candy, por traerme hasta aquí. Lo pasé muy bien contigo en el Hogar de Pony".

"Gracias por visitarme Mae, y perdóname si antes he sido grosera contigo. Puedes venir a verme cuando quieras", le dije mientras Albert se acercaba en su coche hacia la entrada. Me despedí de ambos y vine de regreso al Hogar de Pony. Ya regresaré el carro mañana, cuando los caballos hayan descansado.

¿Cómo pude ser tan tonta? Mae de verdad es muy simpática, y aunque es mucho más madura que yo, no por eso deja de ser moderna y divertida... Albert tenía razón. La complicidad que hay entre ellos y que tanto me asusta no es más que amistad, independientemente de lo que haya habido entre ellos. Además me queda claro que Mae no tiene interés en Albert. En cuanto a él, le dijo a Mae que me quiere a mí, ¿no? No debo dudar más.

La Señorita Pony comentó que mi amiga era muy agradable y que me veía más contenta ahora. ¿Cómo no voy a estarlo, si Mae dice que Albert aún me ama? Pero tiene razón, debo decirle lo que siento cuanto antes.