Pobre señorita Pony. Mi buen humor del día de hoy la dejó totalmente confundida. Estuve toda la mañana con los chicos ayudándoles con sus ejercicios de matemáticas, y por la tarde me dediqué a barrer y limpiar, pues quería compensar mi pereza de los días anteriores. Eso sí, en cuanto terminé fui a llevar el carro del Sr. Cartright de regreso a su rancho.
Pero una vez ahí, tuve el impulso de pedirle a uno de los mozos que me llevara a Lakewood. No estaba segura de lo que le diría a Albert pero me pareció que no debía esperar más. El coche de Albert no estaba y no quise molestar a la mucama. Me quedé al lado del cancel de las rosas, disfrutando la sombra y el aroma de las flores.
No tuve que esperar mucho. Albert llegó y se alegró de verme. Hasta me invitó a cenar con él... y dejó que le ayudara a pesar de que sabe lo mal que cocino.
Yo no sabía cómo confesarle lo que siento, pero estaba tan contenta de poder hablar con él con la familiaridad de antes que ni me importó. Hablamos sobre su visita a la colina cuando yo era niña. Yo tenía nueve años, él diecisiete. Dice que salió a cabalgar con un grupo de aristócratas pero que decidió perderlos de vista. Cuando tocó la gaita para mí, se dió cuenta de que lo encontrarían y por eso salió huyendo antes de despedirnos. Sólo dejó el medallón para mí.
No me reconoció cuando me rescató del río, pero cuando decidió adoptarme se dio cuenta de que yo venía del Hogar de Pony. Nunca me confesó lo del encuentro en la colina por no desilusionarme respecto a ese príncipe. En ese momento quise decirle que lo amaba, pero no me vinieron las palabras adecuadas. Dije no sé qué estupidez sobre cómo él siempre me ha hecho sonreír y terminé por estropear mi oportunidad.
Mientras levantábamos la mesa, yo estaba furiosa conmigo misma y decidí que no me iría esa noche de Lakewood sin confesarle mi amor a Albert. Estábamos lavando los platos cuando Albert quiso saber sobre mi encuentro con Mae. ¿Por dónde empezar? Mae había comenzado por decirme que Albert me amaba, pero en vez de ello le conté sobre el hospital Santa Juana y la vida de Mae en Rhodesia... Seguramente nada de eso era nuevo para él... lo único que se me ocurrió decirle que tal vez él no supiera ya era que Mae tenía novio. ¡Pero él ya lo sabía! Le reclamé por no decírmelo antes, y sin darme cuenta confesé que había estado celosa de Mae.
Sentí cómo me enrojecía y hasta se me calentaron las orejas. Pero Albert estaba del mismo color y empezó a balbucir... ¡se veía tan tierno! Sostenía un plato entre las manos de manera un poco precaria, así que se lo quité para impedir que lo dejara caer. Él seguía diciendo que "no había pensado que..." y no terminaba la frase. Un poco impaciente, la completé yo: "No pensaste que te amara, ¿verdad?" Y antes de que dijera nada, lo abracé y continué: "Yo tampoco lo pensaba, pero ahora sé que te amo".
Qúe lindo fue dejar salir esa frase de mi boca. Si lo hubiera sabido lo habría hecho antes. Albert temblaba de emoción y me abrazaba con fuerza. Poquito a poco fue besando mi frente, y cuando levanté la cabeza me besó en la boca, con el mismo cariño como cuando estábamos en la colina de Pony, pero con más intensidad, y por mucho más tiempo. Sentía mariposas revoloteándome en el estómago y no deseaba separarme de él. Cuando se apartó seguimos abrazados.
Hablamos un poco más sobre nuestros malentendidos y nuestras estúpidas cartas. Él no había querido presionarme, y yo no me había atrevido a decir lo que sentía. Fuimos un par de tontos. Pero al final, yo más que él, pues él sólo pensaba en no herirme, mientras que yo lo que temía era su rechazo.
¿Cuánto tiempo habremos estado en la cocina? Quién sabe. Se me pasó volando. ¡Es tan lindo estar entre los brazos de Albert! Y me muero de ternura cada vez que me besa, con cuidado y dulzura, siempre esperando mi reacción antes de ir más lejos... Podría haberme quedado toda la noche ahí, besándolo en la cocina, si él no me hubiera recordado que tenía que volver al Hogar de Pony.
Por cierto, ¡qué enfadada estaba la Señorita Pony! En cuanto oyó el coche de Albert salió al zaguán. Ante su mirada de reclamo, ni me atreví a darle a Albert un beso de despedida.
Como no volví del rancho del Señor Cartright a tiempo para la cena, se preocupó mucho y mandó algunos chicos a buscarme. Ellos regresaron con la noticia de que me habían llevado a Lakewood y ella se molestó mucho, pues yo no le había avisado antes. ¿Cómo avisarle, si fui por impulso? Un impulso del que no me arrepiento, pues hoy por fin logré poner mi corazón en una bandeja, y fue bien recibido. El mal humor de la Señorita Pony no va a estropear el recuerdo de esta noche.
Es más, tengo la seguridad de que nada lo estropeará nunca, y que este amor que sentimos Albert y yo perdurará por siempre, pase lo que pase.