viernes, marzo 16

Meditaciones

Estuve llorando hasta tarde el día de ayer y me costó trabajo levantarme. La Señorita Pony creyó que estaba enferma cuando me vio, porque tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

"Candy, hoy no vengas a las clases, los niños se van a dar cuenta de que estás triste", me dijo. Como siempre, no me preguntó qué me ocurre, pero me preguntó si deseaba hablar de ello. Le dije que no.

A la larga quise incorporarme a las clases y ayudarle a los chicos con sus lecciones, pero ni la hermana María ni la Señorita Pony me lo permitieron, ambas dijeron que de verdad me veía muy mal y no quisieron preocupar a los chicos. Así que estuve todo el día en la colina, pensando en mi mala suerte y sin saber qué hacer.

¿Tanto le importa a Albert la opinión de Mae que estaría dispuesto a trabajar en el museo de historia natural? Me cuesta trabajo creerlo. Dijo que lo entristecen los animales disecados, pero cuando hablaba con la tía Elroy parecía decirlo en serio.

Lo peor es que Albert piense que me enamoré de Cuthbert. ¿De dónde saca esas ideas? ¡Si apenas lo he visto dos veces! Tal vez la misma Mae le haya estado calentando la cabeza. ¡Argh! ¡Cómo la odio! Ojalá nunca hubiera venido a Chicago y se la hubieran comido los leones en África.

Apnas probé bocado en todo el día. Cuando por fin me fui a la cama, la Señorita Pony me abrazó tiernamente y me dijo al oído: "Candy, no me quiero meter en tus asuntos, pero cada vez que vas a Chicago regresas muy triste. Quizá no deberías ir más".

Empiezo a creer que tiene razón.

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