Sólo voy a estar en Chicago un fin de semana pero no puedo dejar de empacar y revisar lo que llevo. Ya sé que vestido voy a llevar al teatro: uno de los que Annie escogió para mí. Pero Albert va a recogerme por la mañana y debo ponerme algo más discreto.
La Señorita Pony hace como que desaprueba mis nervios pero se le escapa la sonrisa. Sé que está contenta por mí y que la hermana María también. No hemos vuelto a hablar sobre mi adopción y así lo prefiero.
¿Podré ver a Mae este fin de semana? Pensé que Albert me llevaría a verla el Domingo pasado pero no pudo. Tengo muchas ganas de contarle todo lo que ha ocurrido. Claro que primero debo hablar con Annie. Menos mal que voy a estar los tres días con ella.
El personaje principal del manga "Candy Candy" escribe un diario a partir de la desaparición de Albert... y luego le seguí de mi ronco pecho (y del de otras personas). Ven y visita también el Diario de Albert.
martes, diciembre 14
domingo, diciembre 5
El Príncipe de la Colina
Es curioso que hasta hoy no le hablara a nadie del Príncipe de la Colina más que a Anthony y, más recientemente, a Annie. Mis madres suponían que Albert no supo nunca de mi existencia hasta que sus sobrinos le pidieron que me adoptara, y que no nos habíamos conocido en persona hasta que yo estudiaba en Londres.
Pero hoy la hermana María quiso saber exactamente cuándo cambiaron mis sentimientos por Albert, y tuve que confesar que fue a partir del día que supe que él era el Príncipe de la Colina. Por supuesto que no le dije nada sobre el beso que tanta confusión causó. Ella, por supuesto, estaba más bien intrigada por la historia del Príncipe, así que le conté la historia del chico que apareció en la colina vestido de escocés y que quiso consolarme tocando la gaita, haciéndome reír en ese momento tan triste. Incluso le mostré el medallón que desde entonces llevo siempre conmigo. Ella se enterneció muchísimo, y pidió que compartiéramos la historia con la Señorita Pony.
Cuanto repetí la anécdota, la Señorita Pony comentó que los Andrew nunca habían mostrado interés por el orfanatorio y no se acercaban por aquí. Le gustó la idea de que Albert, siendo aún adolescente, no tuviera reparos en asomarse por acá. ¡Pero había más que contar! Les hablé de Albert espiando a sus sobrinos sin que la tía Elroy lo supiera, y de cómo él me rescató la vez que casi me ahogo tras escapar de los Leegan. Pobre Señorita Pony, una vez más caía en cuenta de lo crueles que habían sido los Leegan conmigo y dijo arrepentirse de haberme dejado ir a trabajar con ellos.
Mis madres entendieron por fin que Albert no me había adoptado sólo por capricho de Anthony, Stear y Archie, sino que él ya me conocía y éramos amigos. Claro que nunca pensó en adoptarme hasta que los Leegan me mandaron a México. Aquí la señorita Pony apretó los puños, enojada. Ella nunca supo de las intenciones de los Leegan hasta que George se presentó en el Hogar de Pony para tramitar mi adopción.
Finalmente, les hablé de la muerte de Anthony y de cómo fue Albert quien vino a ofrecerme palabras de consuelo.
Les queda la duda de mi fijación infantil con el príncipe de la colina. Y es cierto que es un poco tonto haberme obsesionado con un chico que conocí a los seis años y con quien apenas hablé unos minutos. Pero en todos estos años de amistad con Albert sin saber su verdadera identidad, no he conocido a nadie más noble o más bueno que él. Nunca he sido tan feliz como cuando vivíamos juntos en Chicago, y nunca he sufrido por nadie como por él: cuando enfermó de amnesia, cuando lo atacó un León..... cuando decidió marcharse. Yo lo amaba desde antes, pero hasta el día de mi regreso al hogar de Pony no lo supe.
Pero hoy la hermana María quiso saber exactamente cuándo cambiaron mis sentimientos por Albert, y tuve que confesar que fue a partir del día que supe que él era el Príncipe de la Colina. Por supuesto que no le dije nada sobre el beso que tanta confusión causó. Ella, por supuesto, estaba más bien intrigada por la historia del Príncipe, así que le conté la historia del chico que apareció en la colina vestido de escocés y que quiso consolarme tocando la gaita, haciéndome reír en ese momento tan triste. Incluso le mostré el medallón que desde entonces llevo siempre conmigo. Ella se enterneció muchísimo, y pidió que compartiéramos la historia con la Señorita Pony.
Cuanto repetí la anécdota, la Señorita Pony comentó que los Andrew nunca habían mostrado interés por el orfanatorio y no se acercaban por aquí. Le gustó la idea de que Albert, siendo aún adolescente, no tuviera reparos en asomarse por acá. ¡Pero había más que contar! Les hablé de Albert espiando a sus sobrinos sin que la tía Elroy lo supiera, y de cómo él me rescató la vez que casi me ahogo tras escapar de los Leegan. Pobre Señorita Pony, una vez más caía en cuenta de lo crueles que habían sido los Leegan conmigo y dijo arrepentirse de haberme dejado ir a trabajar con ellos.
Mis madres entendieron por fin que Albert no me había adoptado sólo por capricho de Anthony, Stear y Archie, sino que él ya me conocía y éramos amigos. Claro que nunca pensó en adoptarme hasta que los Leegan me mandaron a México. Aquí la señorita Pony apretó los puños, enojada. Ella nunca supo de las intenciones de los Leegan hasta que George se presentó en el Hogar de Pony para tramitar mi adopción.
Finalmente, les hablé de la muerte de Anthony y de cómo fue Albert quien vino a ofrecerme palabras de consuelo.
Les queda la duda de mi fijación infantil con el príncipe de la colina. Y es cierto que es un poco tonto haberme obsesionado con un chico que conocí a los seis años y con quien apenas hablé unos minutos. Pero en todos estos años de amistad con Albert sin saber su verdadera identidad, no he conocido a nadie más noble o más bueno que él. Nunca he sido tan feliz como cuando vivíamos juntos en Chicago, y nunca he sufrido por nadie como por él: cuando enfermó de amnesia, cuando lo atacó un León..... cuando decidió marcharse. Yo lo amaba desde antes, pero hasta el día de mi regreso al hogar de Pony no lo supe.
martes, noviembre 30
Conversaciones
Hoy hablaron mis madres con Albert. Yo hubiera querido más tiempo para ordenar mis ideas y también para poner a Albert sobre aviso, pero no hubo manera. Hoy mismo regresó. Desde que oímos el ruido de su coche la Señorita Pony me advirtió que no había que dilatar su conversación con él, sin importar que los chicos tuvieran lecciones.
- Las puedes dar tú, Candy.
- De ninguna manera - interrumpió la hermana María - Le prometimos a Candy que ella estaría presente cuando habáramos con el Señor Andrew.
Lo mejor hubera sido pedirle a Albert que regresara otro día, pero la Señorita Pony insistió que esto había que hablarlo cuanto antes, aunque apenas tuviéramos tiempo antes de las lecciones.
Así que Albert, quien tenía pendientes en Chicago también, se vio forzado a sentarse conmigo y mis maestras, y explicar que deseaba cortejarme. No me miraba a mí, las miraba a ellas cuando les dijo lo mucho que me quería y que deseaba estar siempre a mi lado y hacerme feliz.... ¡Qué lindas palabras! Yo quería arrojarme a sus brazos y cubrirlo de besos pero claro, era imposible.
- Señor Andrew, usted ha demostrado ser una persona buena y noble, y sabemos que sus intenciones con Candy sólo pueden ser buenas. Yo he meditado mucho sobre esta relación. Aunque apenas lo supimos ayer, la hermana María y yo ya sospechábamos algo.
- Y estamos agradecidas por que Candy por fin nos lo contó todo - Agregó la hermana María.
-Si - continuó la Señorita Pony - Eso es muy cierto. Candy nunca nos ha mentido y me hizo feliz saber que ella corresponde a sus sentimientos. Pero no sé si se den cuenta del escándalo que puede surgir si se supiera que el Señor Andrew mantiene una relación sentimental con su hija adoptiva. La mayoría pensaría que ello es inmoral.
Yo estaba sin habla, y Albert también, aunque él parecía bastante sereno. La hermana María añadió:
-Claro que nosotras dos sabemos que ustedes dos han sido más amigos que padre e hija...
¡Que horror! Las palabras padre e hija me retorcieron el estómago y creo que también Albert hizo una mueca de disgusto.
- Pero lo que nosotras sepamos o digamos no altera el hecho de que, legalmente, Candy es su hija, y ambas creemos que, si sus intenciones para con Candy son tan serias como usted dice, debería anular de inmediato su adopción.
En la cabeza sólo me daba vueltas una cosa: Que yo me llamo Candace White Andrew, así me llamo desde que tengo doce años... no quiero llamarme de otra manera... Yo guardaba silencio y fue Albert quien habló:
- Eso es algo que se arreglaría fácilmente, pero sólo si Candy está de acuerdo con ello.
-¡Pero yo no estoy de acuerdo! - dije de inmediato - Yo también soy una Andrew, todos estos años me esforzaba por ser toda una dama y merecer ese apellido....
- Candy, es sólo un nombre - intervino la Señorita Pony.
Nadie dijo en voz alta lo que seguramente pensábamos todos, que si me casara con Albert volvería a tener mi nombre. Pero ¡es tan pronto! Mis dos maestras hablaban y hablaban sobre la necesidad de hacer las cosas en el orden correcto y Albert no decía nada... hasta que mencionó que traía un recado de Annie. ¡Quiere que vayamos todos al teatro! Me puse muy contenta y temí que mis madres no me fueran a dar permiso de ir, dadas las nuevas circunstancias. Pero ellas se dan cuenta de que necesito estar con Annie y dijeron que mientras me hospedara yo con ella todo estaba bien. ¡Como si me gustara quedarme con la tía Elroy!
Albert se despidió y partió a Chicago. Los niños habían estado jugando todo ese tiempo y haciendo toda clase de travesuras. Empezamos las clases con una hora de retraso. Me costó trabajo concentrarme, pensando que este viernes estaré en Chicago con Albert y con mi mejor amiga.
- Las puedes dar tú, Candy.
- De ninguna manera - interrumpió la hermana María - Le prometimos a Candy que ella estaría presente cuando habáramos con el Señor Andrew.
Lo mejor hubera sido pedirle a Albert que regresara otro día, pero la Señorita Pony insistió que esto había que hablarlo cuanto antes, aunque apenas tuviéramos tiempo antes de las lecciones.
Así que Albert, quien tenía pendientes en Chicago también, se vio forzado a sentarse conmigo y mis maestras, y explicar que deseaba cortejarme. No me miraba a mí, las miraba a ellas cuando les dijo lo mucho que me quería y que deseaba estar siempre a mi lado y hacerme feliz.... ¡Qué lindas palabras! Yo quería arrojarme a sus brazos y cubrirlo de besos pero claro, era imposible.
- Señor Andrew, usted ha demostrado ser una persona buena y noble, y sabemos que sus intenciones con Candy sólo pueden ser buenas. Yo he meditado mucho sobre esta relación. Aunque apenas lo supimos ayer, la hermana María y yo ya sospechábamos algo.
- Y estamos agradecidas por que Candy por fin nos lo contó todo - Agregó la hermana María.
-Si - continuó la Señorita Pony - Eso es muy cierto. Candy nunca nos ha mentido y me hizo feliz saber que ella corresponde a sus sentimientos. Pero no sé si se den cuenta del escándalo que puede surgir si se supiera que el Señor Andrew mantiene una relación sentimental con su hija adoptiva. La mayoría pensaría que ello es inmoral.
Yo estaba sin habla, y Albert también, aunque él parecía bastante sereno. La hermana María añadió:
-Claro que nosotras dos sabemos que ustedes dos han sido más amigos que padre e hija...
¡Que horror! Las palabras padre e hija me retorcieron el estómago y creo que también Albert hizo una mueca de disgusto.
- Pero lo que nosotras sepamos o digamos no altera el hecho de que, legalmente, Candy es su hija, y ambas creemos que, si sus intenciones para con Candy son tan serias como usted dice, debería anular de inmediato su adopción.
En la cabeza sólo me daba vueltas una cosa: Que yo me llamo Candace White Andrew, así me llamo desde que tengo doce años... no quiero llamarme de otra manera... Yo guardaba silencio y fue Albert quien habló:
- Eso es algo que se arreglaría fácilmente, pero sólo si Candy está de acuerdo con ello.
-¡Pero yo no estoy de acuerdo! - dije de inmediato - Yo también soy una Andrew, todos estos años me esforzaba por ser toda una dama y merecer ese apellido....
- Candy, es sólo un nombre - intervino la Señorita Pony.
Nadie dijo en voz alta lo que seguramente pensábamos todos, que si me casara con Albert volvería a tener mi nombre. Pero ¡es tan pronto! Mis dos maestras hablaban y hablaban sobre la necesidad de hacer las cosas en el orden correcto y Albert no decía nada... hasta que mencionó que traía un recado de Annie. ¡Quiere que vayamos todos al teatro! Me puse muy contenta y temí que mis madres no me fueran a dar permiso de ir, dadas las nuevas circunstancias. Pero ellas se dan cuenta de que necesito estar con Annie y dijeron que mientras me hospedara yo con ella todo estaba bien. ¡Como si me gustara quedarme con la tía Elroy!
Albert se despidió y partió a Chicago. Los niños habían estado jugando todo ese tiempo y haciendo toda clase de travesuras. Empezamos las clases con una hora de retraso. Me costó trabajo concentrarme, pensando que este viernes estaré en Chicago con Albert y con mi mejor amiga.
domingo, noviembre 28
Explicaciones
¡Finalmente vino Albert a verme! Sólo fue un día sin verlo pero aún así lo echaba de menos. Era muy temprano y estaban los niños aún jugando afuera. Bajamos todos al pie de la colina a saludarlo, y mientras Albert me contaba que había estado todo el día de ayer con su tía, los chicos revoloteaban alrededor de su coche y se correteaban unos a otros.
Subiendo la cuesta a la colina Albert me dijo que su tía está muy triste porque él no tiene novia. Me dijo que le gustaría contarle a su tía sobre lo nuestro. Le dije lo que pienso, que eso más bien pondría de mal humor a su tía, pues ella no me quiere para nada. Es triste, pero es verdad.
- ¿Y qué hay de tus madres, no tienen derecho a saberlo ellas? - me preguntó.
Eso sí me hizo pensar que yo a mis madres las quiero mucho y no deseo ocultarles nada, sobretodo porque pienso que Albert y yo no estamos haciendo nada malo. Es más, estaba yo tan feliz con Albert, que quería yo llevarlo en ese momento con la Señorita Pony y aclarar todas sus dudas. El problema era que primero quería yo aclarar las mías.
- Albert... ¿por qué terminaste con Mae?
Él no dudó en contestar:
-Por que no dejaba de pensar en ti. Estaba siendo injusto con Mae. Se parecía tanto a ti que pensé que sería feliz con ella. Pero lo que sentía por ella no era más que amistad.
- ¿Ya desde entonces me querías?
- Siempre te quise Candy. A veces me digo que fue desde Londres, otras que fue desde que te espiaba cuando vivías con los Leegan. Ahora me digo que no importa cuándo me enamoré. Lo triste fue tratar de sacarte de mi mente y no ser sincero ni conmigo mismo ni con Mae...
- Si me querías, ¿por qué te fuiste de Londres? - lo interrumpí. Él dio un suspiro.
- Por estúpido. Me conté a mí mismo el cuento de que me hacían falta aventuras, que tu ya tenías a Terry, que yo era mucho mayor y que como tu tutor no podía permitirme el sentir nada por ti. Excusas, ninguna de ellas justifica el haberte dejado.
En eso los chicos empezaron a dar voces, llamándonos a Albert y a mí. Era hora de lecciones y tenía yo que regresar pronto. Albert también tenía cosas que hacer en Chicago.
Bajando la colina y Albert continuó con nuestra conversación.
- Princesa, piensa bien qué es lo que quieres, tal vez sea el momento para hablar con tus madres.
-¡No! - dije, dando un respingo - todavía no. Albert, primero necesito saber, ¿qué piensas hacer con mi adopción? ¿Seguiré siendo una Andrew o no?
Albert me miró perplejo y finalmente dijo:
- Lo que tú prefieras. Si quieres anular tu adopción lo haremos, si no lo deseas, no. Pero no tenemos que decidir nada ahora... - Estábamos por llegar al hogar de Pony y de verdad ya no había tiempo para decirnos nada
La señorita Pony me esperaba a la entrada.
- Ven cuando puedas Albert, quizá tengas razón y deba hablar con mis madres cuanto antes.
Y, conciente de las miradas ajenas, me adelanté a la entrada y me despedí de él con un apregtón de manos, tras lo cual me eché a correr sin mirar atrás, por temor a arrepentirme y arrojarme a sus brazos.
Apenas entraba cuando la Señorita Pony me preguntó
- ¿Por qué no vino a saludarnos el Señor Andrew?
- Pues por falta de tiempo, yo tengo que ayudar con las lecciones, y él tiene que ir a trabajar.
- Entonces, ¿para qué viene en un día en que estan todos ocupados?
Fue demasiado. La prisa por empezar las lecciones, y mi confusión sobre cuál era el mejor paso a seguir me impidieron seguir inventando tonterías.
- Señorita Pony, Albert vino a verme a mí, por supuesto.
Y rápidamente fui al salón de clases.
El resto del día transcurrió sin incidentes. Pero claro que tras la cena mis madres no me permitieron retirarme junto con los niños. Confesé, más o menos, que Albert me está haciendo la corte, y que yo le correspondo. Mis madres tienen un gran aprecio por Albert y creo que ellas confían tanto en él como yo, pero la noticia las preocupó mucho. Ellas piensan sobretodo en el problema legal, y me aconsejaron de inmediato anular mi adopción.
-¿No ves, Candy, que eres más hija de nosotras que de nadie más?
Es difícil poner en palabras lo que siento. Ellas son y serán siempre mis madres, pero yo no quiero dejar de ser una Andrew... Aunque es verdad, que si Albert y yo nos casamos, Andrew seguiría siendo mi apellido... Claro que no me atrevo a adelantarme tanto a los hechos, y mis madres me aconsejan no hacerme muchas ilusiones. Tienen razón, pero lo pesado es que ahora ellas quieren hablar formalmente con Albert lo cual no me agrada nada. Acordamos que lo mejor será sentarnos a charlar los cuatro juntos.
Por un lado, siento que me quité un peso de encima. Por el otro, veo que comunicar la noticia a mis dos madres me puede haber metido en más líos todavía. Ellas quieren un noviazgo formal, lo cual le va a causar un disgusto enorme a la tía Elroy.
Subiendo la cuesta a la colina Albert me dijo que su tía está muy triste porque él no tiene novia. Me dijo que le gustaría contarle a su tía sobre lo nuestro. Le dije lo que pienso, que eso más bien pondría de mal humor a su tía, pues ella no me quiere para nada. Es triste, pero es verdad.
- ¿Y qué hay de tus madres, no tienen derecho a saberlo ellas? - me preguntó.
Eso sí me hizo pensar que yo a mis madres las quiero mucho y no deseo ocultarles nada, sobretodo porque pienso que Albert y yo no estamos haciendo nada malo. Es más, estaba yo tan feliz con Albert, que quería yo llevarlo en ese momento con la Señorita Pony y aclarar todas sus dudas. El problema era que primero quería yo aclarar las mías.
- Albert... ¿por qué terminaste con Mae?
Él no dudó en contestar:
-Por que no dejaba de pensar en ti. Estaba siendo injusto con Mae. Se parecía tanto a ti que pensé que sería feliz con ella. Pero lo que sentía por ella no era más que amistad.
- ¿Ya desde entonces me querías?
- Siempre te quise Candy. A veces me digo que fue desde Londres, otras que fue desde que te espiaba cuando vivías con los Leegan. Ahora me digo que no importa cuándo me enamoré. Lo triste fue tratar de sacarte de mi mente y no ser sincero ni conmigo mismo ni con Mae...
- Si me querías, ¿por qué te fuiste de Londres? - lo interrumpí. Él dio un suspiro.
- Por estúpido. Me conté a mí mismo el cuento de que me hacían falta aventuras, que tu ya tenías a Terry, que yo era mucho mayor y que como tu tutor no podía permitirme el sentir nada por ti. Excusas, ninguna de ellas justifica el haberte dejado.
En eso los chicos empezaron a dar voces, llamándonos a Albert y a mí. Era hora de lecciones y tenía yo que regresar pronto. Albert también tenía cosas que hacer en Chicago.
Bajando la colina y Albert continuó con nuestra conversación.
- Princesa, piensa bien qué es lo que quieres, tal vez sea el momento para hablar con tus madres.
-¡No! - dije, dando un respingo - todavía no. Albert, primero necesito saber, ¿qué piensas hacer con mi adopción? ¿Seguiré siendo una Andrew o no?
Albert me miró perplejo y finalmente dijo:
- Lo que tú prefieras. Si quieres anular tu adopción lo haremos, si no lo deseas, no. Pero no tenemos que decidir nada ahora... - Estábamos por llegar al hogar de Pony y de verdad ya no había tiempo para decirnos nada
La señorita Pony me esperaba a la entrada.
- Ven cuando puedas Albert, quizá tengas razón y deba hablar con mis madres cuanto antes.
Y, conciente de las miradas ajenas, me adelanté a la entrada y me despedí de él con un apregtón de manos, tras lo cual me eché a correr sin mirar atrás, por temor a arrepentirme y arrojarme a sus brazos.
Apenas entraba cuando la Señorita Pony me preguntó
- ¿Por qué no vino a saludarnos el Señor Andrew?
- Pues por falta de tiempo, yo tengo que ayudar con las lecciones, y él tiene que ir a trabajar.
- Entonces, ¿para qué viene en un día en que estan todos ocupados?
Fue demasiado. La prisa por empezar las lecciones, y mi confusión sobre cuál era el mejor paso a seguir me impidieron seguir inventando tonterías.
- Señorita Pony, Albert vino a verme a mí, por supuesto.
Y rápidamente fui al salón de clases.
El resto del día transcurrió sin incidentes. Pero claro que tras la cena mis madres no me permitieron retirarme junto con los niños. Confesé, más o menos, que Albert me está haciendo la corte, y que yo le correspondo. Mis madres tienen un gran aprecio por Albert y creo que ellas confían tanto en él como yo, pero la noticia las preocupó mucho. Ellas piensan sobretodo en el problema legal, y me aconsejaron de inmediato anular mi adopción.
-¿No ves, Candy, que eres más hija de nosotras que de nadie más?
Es difícil poner en palabras lo que siento. Ellas son y serán siempre mis madres, pero yo no quiero dejar de ser una Andrew... Aunque es verdad, que si Albert y yo nos casamos, Andrew seguiría siendo mi apellido... Claro que no me atrevo a adelantarme tanto a los hechos, y mis madres me aconsejan no hacerme muchas ilusiones. Tienen razón, pero lo pesado es que ahora ellas quieren hablar formalmente con Albert lo cual no me agrada nada. Acordamos que lo mejor será sentarnos a charlar los cuatro juntos.
Por un lado, siento que me quité un peso de encima. Por el otro, veo que comunicar la noticia a mis dos madres me puede haber metido en más líos todavía. Ellas quieren un noviazgo formal, lo cual le va a causar un disgusto enorme a la tía Elroy.
lunes, noviembre 22
Inseguridades
La Señorita Pony es algo anticuada, pero me quiere mucho y desea lo mejor para mí. Hoy nos sentamos a charlar y me hizo ver que una vez más que mi amistad con Albert podría dar lugar a un escándalo, siendo que soy su hija adoptiva. No me presionó, aunque sí que hizo varios intentos por averiguar si hay entre él y yo algo más que amistad. Fue una tortura. Todo ese tiempo yo deseaba por un lado salir huyendo, y por el otro, me preocupaba lo que la Señorita Pony decía. No dudo del cariño de Albert, pero me pregunto cuánto tiempo más vamos a estar juntos. Si nuestro noviazgo (por llamarlo de alguna manera) termina, ¿podremos continuar esta amistad?¿Qué va a ocurrir con mi adopción? Y si se prolonga... ¿cuáles son las intenciones de Albert? Si en un momento anula mi adopción simplemente por conservar las apariencias, pero un buen día me deja como dejó a Mae, ¿dónde quedo yo legalmente? No me interesa el dinero de los Andrew. Pero hace muchos años que llevo su apellido. Perder ese nombre sería como perder parte de mí misma. De pronto añoro la figura paterna del tío Abuello William, a quien siempre imaginé como un anciano amable que nunca me abandonaría. En cambio Albert.... Dice que me quiere. Pero seguramente lo mismo le decía a Mae.
No vino a verme hoy. No debería molestarme, tras el día hermoso que pasamos ayer. Siento más inquietud que añoranza.
No vino a verme hoy. No debería molestarme, tras el día hermoso que pasamos ayer. Siento más inquietud que añoranza.
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